Revista "La Mandrágora" – IES los Albares

El mundo es hoy un lugar horrible

 

José Luis Tudela (profesor de Latín y Griego)

El mundo es hoy un lugar horrible, dijo Marcial. Yo estaba sentado a sus espaldas cuando lo dijo, mientras él, apoyado en su escritorio, sostenía una infusión de té y soplaba sobre la superficie del caldo. Un lugar horrible, dijo, y no sonaba tan tétrico como ahora se ve al escribirlo. No me contestes todavía, dijo también. Agradeceré tu silencio. Tu silencio será más confortable que un simple asentimiento. Déjame llorar un poco, amigo.

Este mundo se nos ha sentado al lado como un mendigo enfundado en apestosos jirones, piojosos, insufribles guiñapos que quedaron de otros mundos pretéritos, algunos imaginados por humanos insignes, preclaros representantes del conocimiento, sin duda, pero que no sabían o nunca quisieron reconocer que lo único que hacían era contribuir a esa basura que es ahora el mundo, ya no futuro, ya nunca futuro, dijo Marcial, sin volverse a mirarme.

Yo apenas entreabría los labios para contestarle, para abogar por las bondades y valores heredados del pasado, todavía vigentes, como yo mismo entonces lo estaba viendo, lo quería ver, pero tuve que guardar silencio por respeto a él y a su discurso, porque antes me dijo déjame llorar un poco, amigo. Y regresó al hilo de sus palabras, después de dos o tres sorbos. Lo que te transmito puede parecer una visión lamentable, dijo. Pesimista, como dicen las buenas gentes, si se apagan los ojos y el conocimiento, si no se tiene en cuenta que este mundo está repleto de tanta porquería, de tanta basura humana, que es casi imposible apreciar sus virtudes, dijo Marcial. Eso no es pesimismo, sólo hago una descripción objetiva. Te pondré un ejemplo, para que entiendas mejor. A ti, por ejemplo, te gusta comer. Bien lo sé. Apuesto todo lo mío a que no podrías ni ver, con ese gusto que tienes, un delicioso plato de pulpo a la gallega aderezado con excrementos de paloma, en lugar de pimentón. Lamento haberte puesto en este aprieto. Pues así está el mundo, querido amigo.

Cuando encuentras una punta de belleza, un poco de bondad, algo que parezca reflejo de la verdad suprema, y tiras de ello, acabas extrayendo de algún agujero infecto la peor suciedad de este mundo, lo más abyecto, excremento de paloma. Sólo se puede caminar por la superficie con la nariz tapada, como hacen los derviches. No opinar. No comprometerse. Pasar la vida sobre un hilo mediocre y mirar siempre hacia adelante, ciegamente, obedeciendo a otros, si puede ser,aunque nos salpique la porquería de continuo. Sin opinar. Sin comprometerse, dijo Marcial, todavía sentado a mi espalda. Yo miraba su nuca, su pelo bien cortado, su camisa blanca y limpia de los domingos.

Se me había revuelto el estómago, más que con la insinuación del pulpo echado a perder, por esa afirmación de que la belleza de este mundo tiene raíces en la suciedad, en el propio excremento que me estropeaba el plato. El mundo es tan horrible que quien mata a un niño tiene, según las leyes, castigo por asesinato, y en algunos lugares hasta pena de muerte, dijo Marcial, y quien mata a dos o tres niños incluso puede llegar a ser linchado por una multitud enfervorizada de odio. Y no pasa nada. Nadie, o casi nadie, se atreverá a defender la abyección de un criminal semejante.

Tan horrible es el mundo que, sin embargo, quien mata a diez mil, a veinte mil niños, no sólo no sufre castigo alguno, sino que incluso lo asaltan por todos lados defensores voluntarios, admiradores que justifican su acción argumentando que aquella matanza va a ser beneficiosa para el resto de la Humanidad, que se exterminan, en cambio, muchas alimañas mediante su criminal determinación. Que una de las mejores cosas que puede hacer un Estado democrático es arrancar de raíz a todas las personas que considere perjudiciales para el resto de simios evolucionados. Alegan que en la guerra tal cosa, y cual otra, y el derecho a defenderse (el derecho de quienes atacan, parece ser). Y lloverán medallas, supongo, dijo Marcial, todavía sentado mirando su infusión, como si la infusión pudiera recoger aquellas palabras, disolverlas en su poso aún tibio y hacerlas desaparecer para siempre.

Este mundo horrible me duele tanto, amigo, me duele muchísimo, y no quiero verlo más, pero cierro los ojos y sigo viendo el bombardeo de maldades y mentiras, la destrucción de la infancia y de la juventud.Tengo miedo de morirme y seguir viendo lo mismo, en la misma oscuridad del alma. Lo que está ocurriendo es insoportable para mí, y lo detesto, y me detesto por no hacer nada más, por ser tan cobarde y permitir que el desatino y la maldad de los otros nos escupa en la cara y, además, no podamos ni limpiarnos, de tan cobardes que somos, dijo. Por malditos.Entonces Marcial por fin se volvió hacia mí, me miró a los ojos, y me preguntó si conocía alguna manera de, al menos, aliviar la crueldad de este mundo.

Dije que sí.

 

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